El Mediterráneo baña sus más de 500 kilómetros de costa. Los arenales tiñen de dorado sus estampas fotográficas y la arrocería es su institución gastronómica más distinguida. Así es Valencia, una comunidad autónoma que -según los últimos datos aportados por la Agència Valenciana del Turisme- acogió el pasado año a cerca de 23 millones de visitantes, un 2,4% más que el anterior. De ellos, 6 de cada 10 escogieron la comunidad de la Costa Blanca por razones de ocio. Y, en este contexto, la oferta culinaria de la región es clave. Ingleses, alemanes, holandeses o franceses llegan atraídos por la paella, internacionalmente conocida. Pero la cocina valenciana cuenta con otras muchas especialidades, entre las que destacan por ejemplo los calamares.
Aportan hierro, fósforo, potasio y calcio
Los calamares de Valencia se sirven cortados en aros o en tiras. Su principal característica es un ligero rebozado de harina y huevo. Esta elaboración es muy frecuente en la comunidad, tanto en las mesas de los hogares como servida en tapas y bocadillos en cualquier bar así como formando parte de comidas y cenas. La proximidad del Mediterráneo y la riqueza marina del territorio valenciano es una de las causas que han llevado a esta especie a lograr un lugar preponderante en las cocinas de la comunidad.
Nutricionalmente, los calamares de Valencia -que pueden degustarse, por ejemplo, en un buen restaurante de la playa Malvarrosa- son ricos en cobre, un mineral que participa en el metabolismo del azúcar y de la vitamina B12. Pero además, aportan hierro, fósforo, potasio y calcio así como vitamina A, por lo que contribuyen al cuidado óseo y ocular, entre otros.
En definitiva, este molusco armoniza tradición y salud. Sus propiedades y sabor hacen de él una alternativa para cualquier hora del día. Valencia ha sabido darle un lugar destacado en sus platos aprovechando las propiedades de esta perla salida de sus playas.