Si hay una fruta asociada al verano, esta es el melón, que junto con la sandía es la estrella para combatir las altas temperaturas.
Son un postre apetecible y una cena ligera e incluso es normal ver a algunas familias llevándose un melón fresquito cuando pasan el día en la playa. Y es que cuando el calor aprieta no hay nada como una refrescante rodaja de melón, y si es de la vega de Valencia, mejor.
Aunque se asocia directamente al dulce, el melón es una de esas frutas que juega bien en platos salados, como ensaladas o gazpachos, convirtiéndose en un entrante ligero y suave para platos más pesados, como una buena paella en una arrocería.
¿Por qué tiene el melón esas virtudes? Bien, la característica más evidente es que es una fruta con un altísimo porcentaje de agua, en torno a un 90 %, lo que explica su poder rehidratante y refrescante. Esto, junto a su bajísimo nivel calórico (tan solo 34 kcal/100g) lo convierte en mejor opción que los refrescos gaseosos, porque también aporta nutrientes importantes. Por su alto contenido en agua y electrolitos el melón ayuda a hacer la digestión, es diurético y saciante. Perfecto pues para el verano, cuando el cuerpo pide una dieta más ligera y fresca.
El melón es rico en beta-carotenos, sustancias presentes en frutas y verduras de color rojo, naranja y amarillo, que junto con la vitamina A (derivada de ellos), convierten a esta fruta en una gran fuente de antioxidantes protectores de las mucosas y la piel, algo imprescindible en verano. También es muy rico en vitamina C, tan importante para los tejidos, la cicatrización y la metabolización de las grasas. Sus electrolitos favorecen al aparato circulatorio, especialmente su gran cantidad de potasio.
En definitiva, el melón es una deliciosa fuente de propiedades y su consumo es muy recomendable cuando se encuentra de temporada.