Parece increíble, pero hay que desbriznar unas 100.000 flores (unas 250.000 según algunos) para poder obtener un kilo de esa joya gastronómica que es el azafrán.
Una especia considerada mágica y lujosa desde la antigüedad, de la que España es la segunda productora mundial e incluso posee una denominación de origen protegida, el Azafrán de La Mancha. De un bonito color anaranjado rojizo y un aroma muy característico, el delicado azafrán es en Valencia el broche de oro rojo imprescindible en una buena paella.
Es de uso habitual en cualquier arrocería por su delicado perfume agridulce y su poder colorante en arroces, fideuàs, guisos e incluso postres. Con unos 5-8€ por gramo es la especia más cara del mundo, pero por suerte se usa en cantidades ínfimas: solo unas pocas hebras o estigmas cada vez. Esto hace que su aporte calórico a cualquier plato sea insignificante, pero tiene algunas otras propiedades que sí se podrían tener en cuenta incluso en tan poca cantidad.
Por ejemplo la pirocrocina del azafrán, responsable de su sabor amargo, favorece la digestión y las secreciones gástricas. La crocina, el carotenoide que le da al azafrán su intenso color rojo, es un potente antioxidante bueno para la salud cardiovascular y hepática. Y el aromático safranal parece ser beneficioso para el estrés, la ansiedad y, además, la salud ocular. Estos y otros antioxidantes del azafrán influyen positivamente en la salud general y previenen el envejecimiento celular. Por lo que, siendo cautos, puede implicar mayor resistencia ante los tumores.
El azafrán también es muy rico en vitamina B2, un micronutriente esencial bueno para la piel, las mucosas y la córnea, una propiedad interesante en verano cuando tanto se va a la playa.
Se puede concluir que con el azafrán el tamaño no importa. Pocos miligramos de esta especia están llenos de sabor, aroma, color y salud.