A pie de playa. Por ejemplo en un buen restaurante de la playa de la Malvarrosa de Valencia y por qué no en una arrocería. Huele a paella. Es Valencia y la sensación es casi mágica. Esta estampa se repite a diario. Vecinos y visitantes tienen en la gastronomía típica un tipo de arte tan apreciado como puede ser el casco histórico de la capital. Y en esta riqueza culinaria, los entrantes tradicionales conforman una parada obligada para quienes busquen deleitar su paladar.
Pimiento asado, migas de bacalao salado, ajo y aceite de oliva dan lugar al esgarraet, una receta autóctona en la que la elaboración lenta y la combinación de aromas son imprescindibles. Con más de medio millar de kilómetros de costa, no es de extrañar que otro de los manjares habituales en las mesas de Valencia sean las tellinas o clóchinas, un marisco de sencilla preparación con ajo y limón. Similar a los apreciados mejillones gallegos, la clóchina es su hermano mediterráneo. Más pequeño y de color intenso, este molusco es otro de los protagonistas a la hora del tapeo.
Del agua a la huerta, la ensalada valenciana propone al comensal un cóctel de sabor de tierra y mar. Propio de la dieta mediterránea, el atún en salazón se alía con aceitunas negras, lechuga, cebolletas, pimientos verdes, pepinos o tomates para obtener ese sabor tan característico que la sal, la pimienta, el aceite de oliva y el vinagre se encargan de realzar en el momento del aliño.
En definitiva, la gastronomía valenciana es un reflejo de las propiedades saludables de la dieta mediterránea desde los propios entrantes. No solo por su variedad, sino también por la ciudad de sus ingredientes, las cartas de los restaurantes de la región son una ventana abierta al campo y al mar de una comunidad que, junto a la paella, esconde otras muchas exquisiteces que permiten emprender un viaje directo al cielo culinario.