En Valencia hay un tranvía muy especial, cuyos vagones sirven para mucho más que solo llevar a personas de un lugar a otro. Se utilizan para llegar hasta la orilla del mar Mediterráneo, allí donde el olor a agua salina se combina de forma exquisita con los aromas a arroces de todo tipo, que surgen de los fogones de sus excelentes restaurantes. La paella, el plato por antonomasia, es el más demandado: el socarrat, el garrafó, el pollo y el conejo o, para los más marineros, las gambas y el marisco, esperan a los turistas después de una plácida mañana de sol y playa.
El gran escritor Manuel Vicent ya se refería, hace ahora justo 20 años, a este “tranvía a la Malvarrosa” con su obra de título homónimo que el director José Luis Sánchez llevó a la gran pantalla en 1997. Pero, más allá de su carácter cultural, este tranvía, esta playa y este barrio tienen una historia particular ligada, como no, al mar, al arroz y a la pesca, pero también, sobre todo en los tiempos más recientes, al turismo, al buen comer, al gusto por pasear e incluso a la Fórmula 1, que se dejó caer por aquí de 2008 a 2012.
Conocida universalmente por las pinturas de Sorolla y por las realistas descripciones de Blasco Ibáñez, cuya casa museo se encuentra precisamente en la Malvarrosa, esta playa es la más concurrida por los millones de turistas que cada año visitan la ciudad del cap i casal. Su amplio paseo marítimo es un punto obligado de esparcimiento, como lo es también una parada en cualquier restaurante arrocería. En ellos, sentado frente al mar, el visitante puede degustar el producto del que más se enorgullecen los valencianos, el arroz, no en vano se dice que en Valencia se puede comer un plato diferente de arroz cada día del año.