Valencia atrae a turistas todo el año. Estos llegan a disfrutar de la playa o tomar una buena paella en alguna arrocería o restaurante de la Malvarrosa; pero es en Fallas cuando la población se dispara para vivir unos días realmente únicos en los que los grandes monumentos satíricos plantados en las calles, las mascletás, las bandas de música por doquier y, como no, la Ofrenda a la Virgen, toman el protagonismo y la convierten en un foco de atracción turística mundial.
En los cuatro días grandes de fiesta, la Ofrenda ocupa un papel relevante. Durante el 17 y 18 de marzo miles de falleros desfilan por las calles más céntricas de la ciudad para ofrecer, cada mujer, un ramo de flores a la «geperudeta». Estas se van colocando de forma detallada y cuidadosamente diseñada sobre una gran estructura de madera, formando así el manto de la Virgen cuyo rostro, junto a su hijo, se sitúa en lo más alto de este.
Al final, el resultado es embriagador no solo por la espectacularidad visual de las flores, sino por el lugar en el que se ubican, en la conocida como plaza de la Virgen, pegada a la Catedral y a la Basílica, así como por el olor cautivador que desprenden los ramos y que atrae a miles de visitantes incluso varios días después de la fiesta, con las fallas ya quemadas.
Pero para entender la pasión con que se vive este acto hay que fijarse en las falleras. Algunas llevan años con esta liturgia, fueron iniciadas por sus madres cuando aún iban en carro y con chupete, y ahora hacen lo propio con sus hijas.
En este 2016 hay mucha expectación, como siempre, por ver cómo será el diseño. Este suele ser uno de los secretos mejor guardados que tan solo se desvela pocos días antes de la gran fiesta.