Al norte de la ciudad de Valencia, recostada sobre el Mediterráneo, se encuentra una de las zonas de esparcimiento más famosas de España: la playa de la Malvarrosa. El barrio aledaño que le da nombre fue originariamente una zona de humedales que, hacia 1848, adquirió un francés de nombre Félix Robillard que trabajaba en el Botánico.
Previendo unas inmejorables condiciones para la explotación agrícola de la zona, Robillard desecó los terrenos y plantó flores: rosas, jazmines y, especialmente, un tipo de geranio cuyo nombre, Malva-rosa, utilizó para bautizar el próspero establecimiento hortícola que terminó por construir en 1865.
A principios del siglo XX, la gente «pudiente» comenzó a ver la playa de la Malvarrosa como un sitio ideal de relax, desplazando poco a poco a las naves de pesca que, hasta esos momentos, eran las únicas que la poblaban.
Blasco Ibáñez decidió construir allí su chalet en 1902; tiempo después conoció a Joaquín Sorolla. Ambos asomaban ya a la fama, pero no se cansaban nunca de pasear por las doradas arenas de la Malvarrosa.
Durante años, por varios motivos, como la instalación de varios hospitales de enfermos crónicos en sus orillas, fue considerado un sitio poco recomendable, pero en 1990, tras la construcción del paseo marítimo, la zona logró sacudirse la marginalidad.
Todos los años, durante las fiestas de julio hay un festival aéreo que congrega multitud de aeronaves procedentes de todas partes del mundo, por lo que es posible sentarse en algún buen restaurante de la playa de la Malvarrosa y degustar una riquísima paella valenciana, mientras se contemplan las espectaculares peripecias de los aviadores.
También, durante las Fallas, se puede elegir una arrocería donde disfrutar tanto de las especialidades de la casa como de la mascletà napolitana que se celebra en esta playa y que reúne, cada año, a una gran cantidad de entusiastas falleros.