La avenida de Blasco Ibáñez de Valencia es una arteria con más de 100 años, desde que en 1893 se aprobase su trazado con un diseño ambicioso, que bebía de los modelos de Howard o Arturo Soria y que, además, pretendía convertirse en centro de acogida de ferias, revistas militares y otras actividades, para unir los jardines del Real con la playa.
El diseño de Casimiro Meseguer pretendía abrir una vía de comunicación con las playas del norte y, a la vez, ofrecer una alternativa al Camino del Grao –la actual avenida del Puerto–, que ya daba signos de saturación a causa de las actividades portuarias y del turismo. Pero el proyecto también tenía una vocación monumental: una anchura de 100 metros, amplias plazas de 200 metros de diámetro, calles laterales de 20 metros y un paseo central ajardinado.
Resultó tan ambicioso el proyecto, a causa de las expropiaciones necesarias para su puesta en marcha, que el precio se elevó hasta hacer inviable el plan original, que también incluía zonas residenciales, con villas sobre grandes parcelas y otras, más modestas, que permitirían a la nueva arteria convertirse en un elemento fundamental para la urbanización de la zona intermedia.
La avenida se fue ejecutando en distintas etapas, sufriendo modificaciones en su trazado, y dejando atrás la majestuosidad ideada por Meseguer para dar paso a una vía que llega a su fin a las puertas del barrio del Cabanyal.
Si bien es cierto que actualmente el desarrollo urbanístico la separa del Mediterráneo, su espíritu alcanza las olas a través de un entramado de calles que llenan la ciudad de modernidad y tradición, ofreciendo lo mejor de la gastronomía local. Porque después de recorrer la Avenida Blasco Ibáñez, no hay nada como disfrutar de una buena paella a orillas del mar en cualquier arrocería o restaurante de la playa Malvarrosa.